Las dos palabras más cortas y poderosas de nuestro idioma son «sí» y «no». Jesús dijo en Mateo 5:37: «Antes bien, sea vuestro hablar: “Sí, sí” o “No, no”». Entonces, que tu hablar sea «sí», en efecto, y no solo decir la palabra «sí» y que después de eso surja la duda. De la misma forma, el «no» debe ser no, pues Jesús agregó después: «y lo que es más de esto, procede del mal».
Lo que va más allá del sí o del no genera incertidumbre, deshonestidad, inseguridad y, por eso, proviene del mal. Cuando basas tu vida en la deslealtad, naturalmente estás construyéndola sobre el mal. Pero Jesús nos enseñó a ser cuidadosos y rigurosos con nuestro «sí» y nuestro «no». Esas palabras son decisivas, es decir, son usadas para que podamos decidir sobre algo. Por ejemplo, con un «sí» o con un «no» decides si irás a un determinado lugar, si comerás algo o si cuidarás tu salud.
El «sí» y el «no» también son palabras usadas para prometerle algo a alguien. Si prometes que irás con alguien a algún lugar, le das tu palabra a ella, es decir, tu «sí» es promisorio. Si tu respuesta es «no», aún estás comprometido.
Muchas personas no saben decir «no», pues tienen miedo de molestar o desagradar a los demás, pero es mucho mejor decir «no» que darle esperanzas a alguien y frustrarlo, lo que demostrará que no eres confiable.
Muchas personas no entienden el «sí» y el «no». Cuando no cumples algo, esa actitud no perjudica solamente a otras personas, sino a ti mismo, ya que te autoengañas. Por ejemplo, cuando pones la alarma para despertar a las 6 a. m., sabiendo que lo pondrás en modo repetitivo, te estás mintiendo a ti mismo, porque sabes que no te levantarás. Creas una cultura de mentirte a ti mismo, lo cual es una de las peores cosas que puedes hacer por ti. Tú atraes el mal para ti mismo.
Por lo tanto, el «sí» y el «no» deben ser usados con firmeza, claridad y honestidad. Si quieres cambiar tu año, comienza con tus palabras. Verás cómo cambiará tu vida con esa pequeña actitud y tomarás otro rumbo. Haz eso, porque la Palabra de Dios no falla.